¡Tengo orgasmos todo el día!

¡Tengo orgasmos todo el día!

Parece una fantasía sexual hecha realidad, pero para esta chica fue una auténtica pesadilla

Hace dos años, estaba sentada frente a mi escritorio en la firma legal donde trabajo, cuando me entró picazón en todo el lado izquierdo del cuerpo: la palma de la mano, la punta de los dedos de la mano y del pie, hasta la planta del pie. En unos minutos, la sensación se extendió a mi área genital y tomó allí una intensidad casi dolorosa. La mejor manera de describirlo es que me sentía como si algo por debajo de mi piel estuviera tratando de salir.

Al principio, supuse que ese escozor estaría relacionado con el estrés, ya que había tenido mucha tensión en la oficina. Pero se puso peor después de llegar a casa por la noche.

Aunque no me sentía sexualmente excitada, mi área genital no dejaba de palpitar. No quería tener un orgasmo, pero sentía que lo necesitaba. Una vez que lo tuve, me sentí aliviada porque la picazón desapareció. Pero volvió con igual intensidad pasadas unas horas, en la madrugada.

Urgencia que mata
Pensando que podía ser una reacción alérgica, tomé un antihistamínico, pero no funcionó. Igual que antes, la picazón comenzaba en mi mano y mi pie izquierdos, y luego pasaba a mis labios vaginales y a mi clítoris. Un orgasmo era lo único que me proporcionaba alivio temporal.

Por tres semanas, la sensación me despertaba en medio de la noche y me impedía dormirme de nuevo. En la oficina, intentaba concentrarme, pero tenía que ir continuamente al baño o, todavía más grave, agacharme detrás del escritorio buscando placer. Lo hacía en unos minutos, pero me producía un estrés horrible. ¡Me preocupaba que alguien me sorprendiera! En mi peor momento, tuve 24 orgasmos en una hora. En ese punto me sentía agotada y sólo salía de casa para ir al trabajo o para hacer diligencias.

Casi enseguida que empezaron esos síntomas, les confié lo que me ocurría a algunas amigas durante la hora de almuerzo. Al principio se burlaron y me decían: "¡Ojalá me pasara a mí!”. Pero cuando les expliqué que no sentía excitación sexual, sino sólo una picazón dolorosa, todas estuvieron de acuerdo en que me sucedía algo realmente serio. Animada por ellas, busqué en Google mis síntomas y descubrí que eran los mismos del llamado Trastorno de Excitación Genital Persistente (TEGP), una forma rara de disfunción sexual que se cree sólo padecen unos cuantos miles de mujeres.

Saqué un turno con mi médico de cabecera, pero ella no conocía esa enfermedad y apenas me escuchó cuando le describí los síntomas. Mi ginecólogo me ayudó apenas un poco más. Aunque había leído sobre el trastorno, no sabía lo suficiente para diagnosticarlo ni para ofrecerme un tratamiento efectivo. Por suerte, en otra búsqueda en internet salió el nombre del Dr. Irwin Goldstein, director de medicina sexual del Alvarado Hospital, en San Diego, California. Enseguida hice una cita con él y tomé un avión desde mi casa en Carolina del Sur para verlo.

Ordenes del médico
Después de revisar mi historial medico y hacerme una batería de pruebas, el Dr. Goldstein me pidió que tuviera un orgasmo en su consultorio. Mi primer pensamiento fue: ¿Qué? ¿Es una broma? Pero yo quería tener una respuesta y una cura para mi problema. Bajó las luces, me entregó un vibrador cubierto con un condón y usó un “vulvoscopio”, una cámara especial de magnificación, para observar mis cambios genitales cuando llegara al clímax.

Una amiga que me acompañó se quedó de pie junto a la mesa de examen, sosteniendo mi mano. En un televisor de pantalla grande, el Dr. Goldstein señaló lo que estaba viendo. Aunque mi cerebro me decía que sentía excitación e hinchazón constante en el clítoris, esos síntomas no estaban físicamente presentes. Mi autodiagnóstico de TEGP era acertado.

El Dr. Goldstein me explicó que muchas mujeres experimentaban síntomas de TEGP después de suspender ciertos antidepresivos, como fue mi caso un mes antes de que la picazón empezara. Una teoría es que descontinuarlos de pronto causa un desequilibrio en los neuroquímicos cerebrales que regulan los reflejos sexuales. Estaba “estancada” en un estado de constante percepción de excitación sexual.

La solución al fin
Enseguida comencé a tomar algunos medicamentos, incluyendo un analgésico ligero, para aliviar mis síntomas. Como el estrés agrava los síntomas del TEGP, el Dr. Goldstein me aconsejó que realizara ejercicios regularmente, durmiera lo suficiente y visitara a un terapeuta.

En pocos meses, la picazón se me había aliviado lo suficiente como para salir otra vez con mis amigas. Hasta empecé a salir con un chico estupendo que había conocido online. Igual que ya había hecho con mis amigas, le hablé sinceramente sobre mi problema. Lógicamente se quedó sorprendido, pero se esforzó por comprender y me ofreció un gran apoyo. Pero por un tiempo, nuestra vida sexual fue complicada. Cuando mi TEGP no me molestaba, me sentía tan aliviada que lo último que quería era tener sexo. Y cuando los síntomas se presentaban, me sentía poco sexy y quería estar sola. Mi temor era que si él tocaba mi cuerpo, no desaparecería el escozor, sino que regresaría al incómodo ciclo de necesitar tener un orgasmo una y otra vez.

Afortunadamente, nuestra relación pudo sobrevivir a la tormenta. Ya llevamos juntos un año y medio, y la picazón ha sido cada vez menos frecuente. En estos días, sólo tengo un orgasmo una o dos veces al mes para aliviar mis síntomas. El resto del tiempo tengo relaciones sexuales porque quiero tenerlas. Algunas mujeres se han curado por completo del TEGP. Tengo la esperanza de poder llegar a ser una de ellas.

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